"Nunca he sido lo que se dice un aficionado al deporte. Mi familia es algo rarita, en este y en algunos otros aspectos, así que me crié en la ignorancia absoluta, algo teñida de desprecio, de cualquier actividad que no se realizara fundamentalmente con la cabeza, en especial de cualquiera que mereciera el nombre infame de deporte. Mi padre, para que se hagan ustedes una idea, habia adoptado, adaptándola a su manera, la máxima de Concepción Arenal sobre el delito: odio al deporte y compadezco al deportista, dictaminaba cuando le parecía que venía a cuento. (No muy a menudo: era firme en sus convicciones, pero discreto al manifestarlas.) Y uno de mis hermanos no tiene inconveniente en afirmar, cada vez que las circunstancias lo requieren, que un caballero con la conciencia tranquila no corre jamás. Esta frase podría ser un buen resumen de la actitud familiar sobre el asunto.
Sin embargo con los años y con la natural emancipación de los cánones familiares mi actitud hacia el deporte ha ido modificándose un tanto. Como actividad propia pronto me di cuenta de que tenía indudables ventajas –ejercicio físico, relajación mental, desconexión temporal de otras preocupaciones, enriquecimiento de la vida social...– y me apliqué, con moderación, a tratar de procurármelas. Jugué al frontón, nadé, trisqué por el monte. Todas ellas actividades que, mal mirado, podían considerarse deportivas. Afortunadamente mi familia también cuenta entre sus rarezas la de ser tolerante con las excentricidades de cada cual, e hizo cortésmente como si no se diera cuenta de estas disidencias mías, y de alguna que otra de algún que otro hermano, respecto del patrón familiar. Con tal de que uno no se exhibiera innecesariamente en público llevando zapatillas de deporte, chándales ni otras atrocidades vestimentarias, y de que guardara donde no se vieran mucho las botas de montaña y demás aperos vergonzosos tras cada utilización, nadie tuvo nada que decir.
Pero en cambio respecto al deporte considerado como espectáculo, esto es como actividad ajena de la que uno mismo es mero "seguidor", la intransigencia familiar debía de ser más radical y, por este o por algún otro motivo, arraigó más firmemente en mí. El caso es que el deporte-espectáculo, el deporte ajeno, me ha sido toda la vida eso: ajeno. Jamás he padecido esa que juzgo inexplicable alienación por la cual la victoria de un equipo de fútbol, por ejemplo, al que arbitrariariamente han decidido considerar como "su" equipo, proporciona a los sujetos aquejados grandes alegrías, que no se basan en ninguna ventaja personal positiva que obtengan de ella sino, exclusivamente, en su decisión de alegrarse. (Y esto aún podría tener cierta explicación, porque indudablemente alegrarse, sea por el motivo que sea, siempre es agradable. Pero es que, correlativamente, su alienación les lleva a decidir, con igual falta de soporte real, entristecerse cuando "su" equipo pierde. ¡Y se entristecen de verdad..!)
Pero en cambio respecto al deporte considerado como espectáculo, esto es como actividad ajena de la que uno mismo es mero "seguidor", la intransigencia familiar debía de ser más radical y, por este o por algún otro motivo, arraigó más firmemente en mí. El caso es que el deporte-espectáculo, el deporte ajeno, me ha sido toda la vida eso: ajeno. Jamás he padecido esa que juzgo inexplicable alienación por la cual la victoria de un equipo de fútbol, por ejemplo, al que arbitrariariamente han decidido considerar como "su" equipo, proporciona a los sujetos aquejados grandes alegrías, que no se basan en ninguna ventaja personal positiva que obtengan de ella sino, exclusivamente, en su decisión de alegrarse. (Y esto aún podría tener cierta explicación, porque indudablemente alegrarse, sea por el motivo que sea, siempre es agradable. Pero es que, correlativamente, su alienación les lleva a decidir, con igual falta de soporte real, entristecerse cuando "su" equipo pierde. ¡Y se entristecen de verdad..!)
También en este aspecto ha evolucionado un poco. He llegado a admitir que algunos deportes, como el fútbol o el baloncesto, que son movidos, variados y entretenidos de ver, puedan ser un espectáculo para los entendidos, e incluso que profanos como yo podamos pasar cierto tiempo mirándolos, y llegar a apreciar y a disfrutar la inteligencia o la oportunidad con que se concibe una jugada, o la destreza con que se ejecuta. Nunca me apasionarán, y desde luego, nunca tendré el menor interés personal en que ganen unos u otros, pero puedo llegar a divertirme un rato viéndolos jugar.
De otros en cambio: atletismo, ciclismo, fórmula 1... en los que nunca pasa nada de lo que un espectador no preparado pueda enterarse sin tediosas y normalmente ininteligibles explicaciones previas, jamás me he explicado que haya quien pueda mirarlos más de un minuto sin decidir acto seguido irse a hacer algo más interesante, es decir, prácticamente cualquier otra cosa. ¿Hay algo objetivamente más aburrido que ver a la gente correr por una pista, o nadar de un lado a otro de una piscina, o saltar vallas, o recorrer en bicicleta kilómetros y kilómetros de carretera? ¿Cabe imaginar espectáculo más plúmbeo que el de unos bólidos dando vuelta tras vuelta a un circuito? Y como sobre los resultados, una vez más, me confieso total y felizmente incapaz de hipnotizarme a mí mismo hasta el punto de creerme que verdaderamente me importa quién gane, ni ese mínimo aliciente tienen para mí.
De otros en cambio: atletismo, ciclismo, fórmula 1... en los que nunca pasa nada de lo que un espectador no preparado pueda enterarse sin tediosas y normalmente ininteligibles explicaciones previas, jamás me he explicado que haya quien pueda mirarlos más de un minuto sin decidir acto seguido irse a hacer algo más interesante, es decir, prácticamente cualquier otra cosa. ¿Hay algo objetivamente más aburrido que ver a la gente correr por una pista, o nadar de un lado a otro de una piscina, o saltar vallas, o recorrer en bicicleta kilómetros y kilómetros de carretera? ¿Cabe imaginar espectáculo más plúmbeo que el de unos bólidos dando vuelta tras vuelta a un circuito? Y como sobre los resultados, una vez más, me confieso total y felizmente incapaz de hipnotizarme a mí mismo hasta el punto de creerme que verdaderamente me importa quién gane, ni ese mínimo aliciente tienen para mí.
Quizás sea necesario explicar, para la perfecta comprensión de todo esto que digo, que carezco en absoluto, por naturaleza, por educación y por elección propia, del menor impulso competitivo. Nunca he tenido ningún interés en hacer NADA mejor que los demás. Me interesa, simplemente, hacer las cosas bien –entendiendo por "bien" la manera en que me satisfacen a mí–. Si algún otro las hace también "bien", estupendo. Trato de ser altruista y empático, y deseo para los demás todo lo bueno que deseo para mí. Que ese "bien" de ese otro resulte ser, estimado con algún criterio, –no con el mío, desde luego, que es únicamente el de mi propia satisfacción– "mejor" que el mío, o el mío mejor que el suyo, me ha sido toda la vida absolutamente indiferente. Desde mi punto de vista no existe ni la necesidad ni siquiera la posibilidad de comparar. ¿O es que hay algún modo de medir las respectivas satisfacciones?
Comprendo, sin embargo, que hay actividades –particularmente deportes, y juegos, en general– cuya práctica aumenta en interés si se le añade el estímulo de "ganar" al otro. La victoria en sí da exactamente igual, pero el interés convencional, no personal, de los jugadores por conseguirla forma parte de las reglas y del mecanismo del juego. Un partido de tenis sería más "desestructurado" y, en consecuencia, más aburrido, –y todavía más largo– si no fuera porque ambos jugadores se esfuerzan en hacer que el otro falle. Meter un gol no tendría ningún interés si el otro equipo no tratara de impedirlo. De modo que sí, lo admito: determinados deportes –ninguno que yo haya practicado nunca, gracias a Dios– requieren por su propia mecánica que cada uno de los jugadores se esfuerce por ganar a los otros.
Pero, claro, ese interés por la victoria es una regla más del juego, uno más entre sus muchos mecanismos y convenciones. No más importante que ninguna otra regla ni mecanismo. Un buen jugador, por tanto, no debe mostrar más interés por ganar que por que se cumpla cualquier otra de las reglas, ni mucho menos sacrificar las otras reglas al objetivo de ganar. Un buen futbolista, por ejemplo, no debería cometer una falta para obtener una ventaja, o al menos no debería tratar de evitar la sanción si la comete. Ni debería aceptar una victoria obtenida gracias a una falta no sancionada. Sé que esto que digo es una utopía irreal, en el polo opuesto de lo que realmente sucede todos los fines de semana en los estadios de fútbol, pero no obstante sigo pensando que es así como debería ser, en buena lógica deportiva. y, desde luego, es así como yo lo entiendo. ¿No es eso, precisamente, a lo que se llama deportividad?
Porque, a pesar del desdén familiar hacia los deportes concretos, sí se me educó, en cambio, en el respeto y el cultivo de la deportividad así entendida: no dar más importancia a nuestro propósito de ganar que a cualquier otra de las convenciones y reglas en que consiste el juego, empezando por los buenos modales y siguiendo por el respeto a los demás jugadores y el interés sincero en que jueguen en las mismas condiciones y con las mismas oportunidades que uno mismo. Y siempre me ha sorprendido que personas mucho más aficionadas al deporte que yo, a las que de entrada supongo interés y conocimientos muy superiores a los míos sobre todo lo relacionado con él, den en la práctica claras muestras de ignorar o despreciar estas actitudes elementales y, de hecho, las contravengan frontalmente a la menor ocasión. No son casos aislados. Son la enorme mayoría, casi diría que la totalidad, con poquísimas y honrosas excepciones, de los aficionados al deporte que conozco. En la práctica, alguien a quien le interesan los deportes es, casi invariablemente, alguien a quien le interesa primordialmente la victoria de "su" equipo, "su" corredor, "su" piloto, "su" atleta; y solo después, y en función de ese primer interés, los detalles técnicos, las jugadas y cualquier otra cuestión deportiva.
No me queda más remedio que sospechar, vehementemente, que son mi falta de interés por los deportes y mi carencia de competitividad las que me hacen ser mucho más "deportivo" que cualquiera de los forofos a los que el deporte apasiona y para los que la victoria es una cuestión poco menos que de vida o muerte. Y de ahí a concluir que, cuanto más deportista es alguien, menos deportivo se muestra.."
Son también interesantes las reflexiones de los comentarios.
Este es su blog:
Pero, claro, ese interés por la victoria es una regla más del juego, uno más entre sus muchos mecanismos y convenciones. No más importante que ninguna otra regla ni mecanismo. Un buen jugador, por tanto, no debe mostrar más interés por ganar que por que se cumpla cualquier otra de las reglas, ni mucho menos sacrificar las otras reglas al objetivo de ganar. Un buen futbolista, por ejemplo, no debería cometer una falta para obtener una ventaja, o al menos no debería tratar de evitar la sanción si la comete. Ni debería aceptar una victoria obtenida gracias a una falta no sancionada. Sé que esto que digo es una utopía irreal, en el polo opuesto de lo que realmente sucede todos los fines de semana en los estadios de fútbol, pero no obstante sigo pensando que es así como debería ser, en buena lógica deportiva. y, desde luego, es así como yo lo entiendo. ¿No es eso, precisamente, a lo que se llama deportividad?
Porque, a pesar del desdén familiar hacia los deportes concretos, sí se me educó, en cambio, en el respeto y el cultivo de la deportividad así entendida: no dar más importancia a nuestro propósito de ganar que a cualquier otra de las convenciones y reglas en que consiste el juego, empezando por los buenos modales y siguiendo por el respeto a los demás jugadores y el interés sincero en que jueguen en las mismas condiciones y con las mismas oportunidades que uno mismo. Y siempre me ha sorprendido que personas mucho más aficionadas al deporte que yo, a las que de entrada supongo interés y conocimientos muy superiores a los míos sobre todo lo relacionado con él, den en la práctica claras muestras de ignorar o despreciar estas actitudes elementales y, de hecho, las contravengan frontalmente a la menor ocasión. No son casos aislados. Son la enorme mayoría, casi diría que la totalidad, con poquísimas y honrosas excepciones, de los aficionados al deporte que conozco. En la práctica, alguien a quien le interesan los deportes es, casi invariablemente, alguien a quien le interesa primordialmente la victoria de "su" equipo, "su" corredor, "su" piloto, "su" atleta; y solo después, y en función de ese primer interés, los detalles técnicos, las jugadas y cualquier otra cuestión deportiva.
No me queda más remedio que sospechar, vehementemente, que son mi falta de interés por los deportes y mi carencia de competitividad las que me hacen ser mucho más "deportivo" que cualquiera de los forofos a los que el deporte apasiona y para los que la victoria es una cuestión poco menos que de vida o muerte. Y de ahí a concluir que, cuanto más deportista es alguien, menos deportivo se muestra.."
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