Las raíces de la violencia
El fútbol base tiene que erradicar las feroces peleas
de padres en las gradas
La violencia en el fútbol no procede tan solo de la
extrema competitividad en las competiciones profesionales; está enraizada, al
menos en España, en una pésima política de formación en el fútbol base,
obsesionada por inculcar valores de competencia y enfrentamiento feroz en las
categorías de fútbol infantil, precisamente las menos dotadas de medios
psicológicos y técnicos para encauzar la educación deportiva de los futuros
futbolistas. La vergonzosa repetición de enfrentamientos violentos entre padres
que asisten a los partidos de sus hijos en edad escolar —las últimas, de
carácter extremadamente brutal, en Canarias y Mallorca— demuestra que hay una
peligrosa transferencia de frustraciones de padres a hijos que obstaculiza de
inicio cualquier intento de normalizar las conductas deportivas.
No es difícil trazar la línea de conexión entre los
insultos, discusiones, amenazas y peleas que se viven en las gradas de los
partidos de fútbol base con la brutalidad de los hooligans, los comportamientos antideportivos dentro y
fuera de los campos, las agresiones entre seguidores y el sectarismo tribal que
domina las relaciones entre grandes clubes. Tampoco hay duda de que las peleas
entre padres quedan impresas como un trauma en los niños; y que,
desgraciadamente, no hay una preocupación social ni federativa por la violencia
que impresiona a los más jóvenes.
No existen remedios conocidos a corto plazo. Solo una
educación intensiva de los padres, encaminada a erradicar el traslado de
expectativas a sus hijos, sustituyendo equivocadamente el ánimo lúdico por la
competición, puede tener efectos a largo plazo. Con efectos inmediatos, solo es
posible aplicar medidas administrativas y penales rigurosas contra quienes
perturban con violencia el fútbol de los niños. Habría que estudiar además
fórmulas para difundir los nombres de los violentos e inhabilitaciones para
acudir a los campos de los reincidentes.
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