HURACÁN CARTER Y EL RACISMO
EN EL DEPORTE
Artículo:
GUILLE ÁLVAREZ
21/04/2014 00:00 |
Aquí va la historia del Huracán / el hombre al que las autoridades culparon / por algo
que nunca hizo. / Puesto en una celda de prisión, cuando una vez pudo ser / el
campeón del mundo", cantó Bob Dylan en el single Hurricane (1975).
Es la historia de Rubin Huracán Carter, boxeador estadounidense que vio cortada su
carrera profesional al ser condenado a 30 años de prisión por un triple homicidio que
no cometió. Falleció ayer en Toronto a los 76 años, víctima de un cáncer.
El 17 de junio de 1966, un paseo por los bares de Paterson (Nueva Jersey) con su
amigo John Artis truncó su vibrante carrera en el ring. Los dos fueron acusados de un
triple asesinato perpetrado en el contexto de la reivindicación antirracista de
Estados Unidos. Encajaban en el perfil de uno de los testigos, "dos negratas en un
coche blanco". Eso fue suficiente para ir a juicio, aunque la única víctima
superviviente no pudo identificarles. La acusación del Estado utilizó entonces a otros
dos testigos visuales que sí hicieron una identificación positiva. Sin más pruebas que
un tímido móvil de venganza -el asesinato de un tabernero negro por un hombre
blanco horas antes del crimen-, Carter y Artis fueron condenados a 30 años de
prisión.
El caso tomó vuelo nacional e internacional cuando Bob Dylan y otras figuras
simpatizantes del movimiento por los derechos civiles de Estados Unidos
reivindicaron la inocencia de los condenados. Entre ellos, el más grande, el
legendario Mohamed Ali. Encarcelado en Trenton y Rahway, Carter rechazó vestir el
uniforme y recibir comida de los servicios penitenciarios. No quería formar parte de
un sistema injusto.
Los dos testigos clave, Alfred Bello y Arthur Bradley, reconocieron en 1974 en unas
cintas recuperadas por la Oficina del Defensor en Nueva Jersey y The New York
Times que los detectives les habían presionado para identificar en falso a los
acusados. También era conocido que ambos eran delincuentes con antecedentes y
que el mismo día de la matanza estaban planeando robar en una almacén cercano.
Liberados en 1976, un segundo juicio les devolvió a la prisión tan sólo nueve meses
después.
No fue hasta 1985, cuando el caso llegó a los tribunales federales, que Carter y Artis
fueron firmemente exculpados de la causa ya que, según el fiscal, "las condenas
fueron impuestas bajo criterios racistas en vez de razonables, y con encubrimientos
en vez de revelaciones". Habían pasado 19 años en la cárcel, tiempo suficiente para
que el exboxeador, refugiado en la lectura y la escritura, recopilara su historia en la
autobiografía The 16th round: from number 1 contender to number 45472 (1974).
Tras ser absuelto se mudó a Toronto y trabajó para causas justas. La película
Huracán Carter (1999), con Denzel Washington de protagonista, narra también el
caso.
Nacido en Clifton (Nueva Jersey) en 1937, pasó su infancia en Paterson y a los once
años tuvo que estar seis en un reformatorio, hasta que se fugó y se alistó en la
Armada. En Alemania asestó sus primeros golpes y ganó el título europeo de peso
superligero. De vuelta pasó de nuevo por el calabozo: cuatro años por robar un bolso
y diez meses por la anterior fuga. En 1961 ganó su primer combate profesional. Su
poderoso gancho
de izquierdas le dio un éxito rotundo y el apodo de Huracán, por la furiosa potencia
destructiva de sus golpes.
Tras su puesta en libertad residió en Toronto, donde se dedicó a dar charlas
motivacionales, además de ser el director de la fundación AIDWYC (Association in
Defence of the Wrongly Convicted) que se dedica a defender los derechos de los
presidiaros injustamente condenados. Hasta el día de hoy, dicha organización ha
tenido éxito en decenas de casos.
En 1963 derrotó a Emile Griffith, campeón del peso wélter, y un año más tarde, en la
cumbre de su carrera, quedó a pocos puntos de arrebatar el título de peso medio a
Joey Giardello. Su último combate fue en Rosario, Argentina, en 1966. 27 victorias
(19 por KO), 12 derrotas y un empate quedarán en el historial del hombre que una
vez pudo ser el campeón del mundo.
(comentario en la siguiente hoja)
Este artículo no es sobre el deporte o el boxeo. Esta es la historia que retrata el
racismo en el deporte mundial, y más concretamente en Estados Unidos.
Para empezar, recomiendo ver la magnífica película sobre este caso (como cinéfila,
garantizo que es brutal y se ciñe a la historia).
Ruby Carter fue un gran campeón del boxeo. A pesar de los grandes impedimentos
que se encontró en su camino para llegar a donde estaba, marcó una gran diferencia
en el curso de la historia del deporte y el racismo en EEUU. Fue arrestado por unas
pruebas circunstanciales erróneas y unos falsos testimonios. Nadie pensó que el
caso de este campeón de boxeo fuera a marcar una gran diferencia. Pero lo hizo.
Su carrera era tan ascendente que apuntaba a la corona de los pesos medios.
Propinó una paliza al gran Emile Griffith y, en 1964, se midió al campeón, Joey
Giardello. Tras 15 asaltos de superioridad, los jueces no permitieron que un negro
ganase a un blanco y le robaron el combate.
Cuando le arrestaron por tripe homicidio estaba en su mejor momento, al borde de
convertirse en el campeón mundial del boxeo, pero esto no estaba muy bien visto
por la sociedad americana, la cual le dio la espalda a Ruby.
No fue solamente por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, sino
por ser un negro superior en un deporte de “raza blanca”.
Después de haber escrito su libro en prisión, casi después de 19 años encerrado en la
cárcel, alguien vio la verdad. El caso era popular debido a una famosa canción de
Bob Dylan, pero no lo suficiente como para que alguien se molestara en defender a
Ruby y cambiar la historia del deporte. Finalmente una familia canadiense se fijó en
el caso, y con la persistencia y la convicción de que todos somos iguales lograron
reunir suficientes pruebas y testimonios como para sacarle de la cárcel, tras casi 20
años.
Lo que aquella familia canadiense no sabía era la repercusión mundial que este caso
alcanzaría. La historia se dio a conocer y la sociedad empezó a darse cuenta del
verdadero racismo presente en los deportes. Se ha convertido en un caso referente
de la segregación racial en los deportes.
Todavía es frecuente observar en el campo de juego actitudes como lanzar plátanos
a futbolistas negros, gritos despectivos (“nigger”), gritos de monos y abucheos
burlones y demás gestos.
Los clubes ponen carteles y mensajes que advierten de que las actitudes racistas no
serán toleradas, sin embargo, el peligro de tener un puñado de hinchas amargando
el partido una y otra vez aún no ha terminado. Esto se puede deber en parte al cierto
egoísmo e indiferencia con que muchos de los estamentos y dirigentes deportivos
implicados en este problema se conducen, con dejación de lo que son sus
responsabilidades, con la exigua justificación de que no es cosa suya.
Sin embargo, no hay que olvidar que, frente las malas noticias, siempre han existido
gestos que ya forman parte de la historia en la lucha contra el racismo en el deporte.
Por ejemplo, en los Juegos Olímpicos de México 68, los atletas afroamericanos
Tommie Smith y John Carlos aprovecharon sus puestos de podio para levantar sus
puños con guantes negros haciendo publicidad del "Black Power" ("Poder Negro")
como una señal de repudio a los acontecimientos racistas que vivían en Estados
Unidos. Fueron desclasificados, pero siempre serán los protagonistas del gesto más
emblemático de la lucha contra el racismo en el deporte.
Cassius Clay, la mayor leyenda del boxeo mundial, sufrió en sus propias carnes la
hostilidad por el color de su piel. Cuenta en sus memorias que un día quiso comer
junto a su amigo Ronnie King en un restaurante de Louisville, su ciudad natal en
Kentucky. Entraron en un restaurante 'solo' para blancos y la camarera se negó a
servirles. Decepcionado, arrojó al río Ohio la medalla de oro que había ganado en los
Juegos Olímpicos de Roma 60. Posteriormente, considerando que su país le había
dado la espalda, decidió convertirse al Islam y adoptar su nombre por el de
Muhammad Alí. Otra acción es la que protagonizó durante toda su vida Nelson
Mandela, que 'utilizó' el rugby como herramienta para acabar con el apartheid en
Sudáfrica.
Al final, el deporte ha acabado siendo un ejemplo de la victoria sobre los prejuicios
raciales. Tanto los espectadores como los jugadores solo se fijan y toman en cuenta
la habilidad del jugador en la actualidad. Este sentimiento ha empujado a la
sociedad a esforzarse en la lucha contra la discriminación. Además, la aparición de
estrellas de color es una inequívoca muestra de los progresos realizados por la
comunidad negra en su conjunto.
Aún así, hay que seguir luchando.
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